Ana
Lucía R B
Llegué a Bonampak
desde Comitán, la ruta menos turística pero no menos interesante. Tuve la
suerte de ir en coche particular, visitando los Lagos de Montebello, Las Nubes,
Las Guacamayas y Yaxchilan, hasta llegar a Bonampak. Esta ruta no es muy
transitada, en cambio, todas las agencias turísticas hacen el tour desde San
Cristóbal. Sin embargo, no hay nada como ir por cuenta propia para disfrutar
completamente de los lugares menos turísticos de Chiapas y de su gente.
La tarde que llegué
a la desolada carretera de Bonampak, un hombre, con las túnicas blancas y el
cabello lacio y largo que caracterizan a los Lacandones, se presentó como Lucas
y muy amablemente me indicó que en el camino a la derecha encontraría la
comunidad de Champa en donde podría cenar y pasar la noche.
Estacioné el carro
en un patio amplio, de tierra y plantas. Nada más autentico que esta aldea y
este albergue de cabañas, no lo cambiaría por ningún hotel resort, aquí no han
llegado negocios extranjeros, el lugar es de los mismo lacandones. Me
ofrecieron cabañas de concreto con baño adentro por 300 pesos, o de madera con
baños compartidos por 200. Me senté en una hamaca en el área común afuera del
comedor e inmediatamente llamé la atención de tres jovencitas locales que se
acercaron a mí para preguntarme si los rizos de mi cabello eran naturales.
Todas tenían nombres extranjeros. Según me enteré después, en muchas
comunidades indígenas de Chiapas, cuando hay un recién nacido van a la calle o
carretera y preguntan el nombre de la primera persona que pasa y ese es el que
le ponen.
Heidi era una niña
de 10 años que aparentaba tener mucho menos, acaso unos 7 años. Tenía el rostro
muy tierno y era la mayor de sus hermanos, que tenían el rostro más redondo.
Todos me acompañaron a una tiendita para comprar champú. Pasamos saludando a
sus padres que tenían su casa al lado de la tienda. Qué lugar más agradable y
armonioso.
Mi nueva amiga me preguntó de dónde era, pero ¿cómo explicarle que
también soy de aquí de Chiapas pero a la vez de muy lejos? Es raro sentirse
extranjera en su propio estado, pero ni ellos conocían Comitán, ni yo había
estado antes aquí, y tampoco había conocido a los lacandones, sólo había leído
sobre ellos.
Pasé al comedor
para pedir una cena vegetariana, sólo me ofrecieron quesadillas. Ese día era la
única chiapaneca conociendo este lugar, había también, en el comedor, una
señora de Querétaro, un grupo de amigos del norte de México y un
Californiano. A todos les pareció raro que Heidi tuviera un rostro diferente que el
de sus hermanos, pero a mí no, pues en las familias mexicanas pueden haber
rasgos muy variados.
La señora les ofreció a los
niños las quesadillas que nos sobraron, pero ellos lo aceptaron sin alegría, lo
que me indicó que su alimentación era mejor que eso. Estos niño no tienen las pancitas infladas que evidencia la
malnutrición en los niños pobres, porque estos niños no son pobres, viven en
este paraíso selvático que es Bonampak y el dinero que lleguen a conseguir
a través del turismo, sólo les servirá si quieren ir a las ciudades y adquirir
productos del mercado capital.
Lucas llegó
mientras cenábamos, para ofrecernos un tour nocturno por la selva, a 100
pesos. El grupo de norteños y yo
aceptamos el tour. Entonces Lucas nos advirtió que si nos topábamos con un
jaguar simplemente no nos moviéramos y esperáramos a que se fuera. Así que caminamos
detrás de él un poco nerviosos, en la oscuridad, entre gigantescos árboles, el
ruido de insectos nocturnos y con la luz de las estrellas que se miraban
claramente entre las separaciones de las copas de los árboles. Fue una
experiencia única.
En la noche hubo una fuerte
tormenta, que me hizo temer que el arrollo que corría detrás de mi cabaña se
desbordaría. Pero este tipo de lluvias son habituales en la selva.
A la mañana,
después de pagar mi desayuno, la misma Heidi me propuso una caminata para
conocer una cascada llamada "Golondrina". Pensé que me daría tiempo
antes de ir a conocer los murales del sitio arqueológico. El chico de California se unió a nosotras y
Heidi se sintió curiosa por el idioma que hablaba él. Le dije que era inglés.
La pequeña Heidi sólo iba a la escuela los martes y por supuesto no recibía
inglés.
Me preocupó un poco que esta
niña tan pequeña acostumbrara hacer caminatas con los turistas. Por suerte se
pueden encontrar, entre los caminos de la selva, a otros lacandones que conocen
a Heidi.
Después de una hora
caminando entre la selva y de nadar un poco por la cascada nos despedimos de
Heidi y nos dirigimos en carro hacia la carretera que lleva a las ruinas, ahí
nos detuvieron unos hombres aparentemente locales pero que no se vestían como
lacandones y eran molestos. No nos permitían pasar el carro, o sea que a fuerza
debíamos ir en sus taxis, cobrándonos 80 pesos por persona. Me indigné y me
negué a pagarlo, dije que iríamos caminando. Nos advirtieron que eran 9
kilómetros de ida y 9 de regreso, pero no me importó. Dijeron que nos llevaría
3 horas llegar caminando, pero andamos rápido y lo hicimos a la mitad. No es
algo que recomiendo hacer a quien no tenga buena condición física, pero el
camino era recto y pavimentado, además los árboles hacían sombra y no
encontramos animales peligrosos.
Por fin, al llegar
a las ruinas, lo primero que vimos fue sólo una parte de la pirámide, cubierta
de intrincada maleza que crece incluso en las escalinatas. Estas ruinas son
también muy auténticas, como las de Yaxchilan, en medio de la selva, pero más pequeñas.
Hay nueve templos y en uno de ellos, en la parte superior, encontramos las tres
cámaras que contienen los famosos frescos mayas.
Bonampak fue un
centro ceremonial, de la región del río Lacanjá, construido entre los siglos
VII y VIII de nuestra era, sus frescos constituyen un tesoro inestimable porque
son el ejemplo más importante de la pintura prehispánica conocida en nuestros
días. Ni los de Monte Albán, ni los de Chichén Itza pueden compararse a la madurez
técnica y formal de estas pinturas de Bonampak.
No me importó lo
difícil que fue acceder por mi propia cuenta a estos lugares. Me sentí
satisfecha de conocer esta maravilla artística precolombina, tanto como de
haber conocido por fin a los lacandones, apropiándome, así, de una visión más
vasta de mi Chiapas y de toda su riqueza y diversidad.
Hace poco, dos años
después de ese viaje, encontré a un hombre lacandón vendiendo pulseras en San
Cristóbal, me acerqué para hablar con él y comprarle una, casualmente conocía a
Heidi, me dijo que ya estaba casada. Me impresionó cuando confirmé que
hablábamos de la misma niña. Entonces me di cuenta, así como el día que conocí
Bonampak, que Heidi y yo éramos de un mismo Chiapas, pero de dos realidades
diferentes.
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