jueves, 23 de julio de 2020

BONAMPAK Y SU GENTE. [Conociendo Chiapas, mi propio estado]



Ana Lucía R B
Llegué a Bonampak desde Comitán, la ruta menos turística pero no menos interesante. Tuve la suerte de ir en coche particular, visitando los Lagos de Montebello, Las Nubes, Las Guacamayas y Yaxchilan, hasta llegar a Bonampak. Esta ruta no es muy transitada, en cambio, todas las agencias turísticas hacen el tour desde San Cristóbal. Sin embargo, no hay nada como ir por cuenta propia para disfrutar completamente de los lugares menos turísticos de Chiapas y de su gente.
La tarde que llegué a la desolada carretera de Bonampak, un hombre, con las túnicas blancas y el cabello lacio y largo que caracterizan a los Lacandones, se presentó como Lucas y muy amablemente me indicó que en el camino a la derecha encontraría la comunidad de Champa en donde podría cenar y pasar la noche.

Estacioné el carro en un patio amplio, de tierra y plantas. Nada más autentico que esta aldea y este albergue de cabañas, no lo cambiaría por ningún hotel resort, aquí no han llegado negocios extranjeros, el lugar es de los mismo lacandones. Me ofrecieron cabañas de concreto con baño adentro por 300 pesos, o de madera con baños compartidos por 200. Me senté en una hamaca en el área común afuera del comedor e inmediatamente llamé la atención de tres jovencitas locales que se acercaron a mí para preguntarme si los rizos de mi cabello eran naturales. Todas tenían nombres extranjeros. Según me enteré después, en muchas comunidades indígenas de Chiapas, cuando hay un recién nacido van a la calle o carretera y preguntan el nombre de la primera persona que pasa y ese es el que le ponen.

Heidi era una niña de 10 años que aparentaba tener mucho menos, acaso unos 7 años. Tenía el rostro muy tierno y era la mayor de sus hermanos, que tenían el rostro más redondo. Todos me acompañaron a una tiendita para comprar champú. Pasamos saludando a sus padres que tenían su casa al lado de la tienda. Qué lugar más agradable y armonioso.
                Mi nueva amiga me preguntó de dónde era, pero ¿cómo explicarle que también soy de aquí de Chiapas pero a la vez de muy lejos? Es raro sentirse extranjera en su propio estado, pero ni ellos conocían Comitán, ni yo había estado antes aquí, y tampoco había conocido a los lacandones, sólo había leído sobre ellos.
Pasé al comedor para pedir una cena vegetariana, sólo me ofrecieron quesadillas. Ese día era la única chiapaneca conociendo este lugar, había también, en el comedor, una señora de Querétaro, un grupo de amigos del norte de México y un Californiano.  A todos les pareció raro  que Heidi tuviera un rostro diferente que el de sus hermanos, pero a mí no, pues en las familias mexicanas pueden haber rasgos muy variados. 
                La señora les ofreció a los niños las quesadillas que nos sobraron, pero ellos lo aceptaron sin alegría, lo que me indicó que su alimentación era mejor que eso. Estos niño no tienen las pancitas infladas que evidencia la malnutrición en los niños pobres, porque estos niños no son pobres, viven en este paraíso selvático que es Bonampak y el dinero que lleguen a conseguir a través del turismo, sólo les servirá si quieren ir a las ciudades y adquirir productos del mercado capital.
Lucas llegó mientras cenábamos, para ofrecernos un tour nocturno por la selva, a 100 pesos.  El grupo de norteños y yo aceptamos el tour. Entonces Lucas nos advirtió que si nos topábamos con un jaguar simplemente no nos moviéramos y esperáramos a que se fuera. Así que caminamos detrás de él un poco nerviosos, en la oscuridad, entre gigantescos árboles, el ruido de insectos nocturnos y con la luz de las estrellas que se miraban claramente entre las separaciones de las copas de los árboles. Fue una experiencia única. 
                En la noche hubo una fuerte tormenta, que me hizo temer que el arrollo que corría detrás de mi cabaña se desbordaría. Pero este tipo de lluvias son habituales en la selva.
A la mañana, después de pagar mi desayuno, la misma Heidi me propuso una caminata para conocer una cascada llamada "Golondrina". Pensé que me daría tiempo antes de ir a conocer los murales del sitio arqueológico.  El chico de California se unió a nosotras y Heidi se sintió curiosa por el idioma que hablaba él. Le dije que era inglés. La pequeña Heidi sólo iba a la escuela los martes y por supuesto no recibía inglés. 
                Me preocupó un poco que esta niña tan pequeña acostumbrara hacer caminatas con los turistas. Por suerte se pueden encontrar, entre los caminos de la selva, a otros lacandones que conocen a Heidi.

Después de una hora caminando entre la selva y de nadar un poco por la cascada nos despedimos de Heidi y nos dirigimos en carro hacia la carretera que lleva a las ruinas, ahí nos detuvieron unos hombres aparentemente locales pero que no se vestían como lacandones y eran molestos. No nos permitían pasar el carro, o sea que a fuerza debíamos ir en sus taxis, cobrándonos 80 pesos por persona. Me indigné y me negué a pagarlo, dije que iríamos caminando. Nos advirtieron que eran 9 kilómetros de ida y 9 de regreso, pero no me importó. Dijeron que nos llevaría 3 horas llegar caminando, pero andamos rápido y lo hicimos a la mitad. No es algo que recomiendo hacer a quien no tenga buena condición física, pero el camino era recto y pavimentado, además los árboles hacían sombra y no encontramos animales peligrosos.

Por fin, al llegar a las ruinas, lo primero que vimos fue sólo una parte de la pirámide, cubierta de intrincada maleza que crece incluso en las escalinatas. Estas ruinas son también muy auténticas, como las de Yaxchilan, en medio de la selva, pero más pequeñas. Hay nueve templos y en uno de ellos, en la parte superior, encontramos las tres cámaras que contienen los famosos frescos mayas.
Bonampak fue un centro ceremonial, de la región del río Lacanjá, construido entre los siglos VII y VIII de nuestra era, sus frescos constituyen un tesoro inestimable porque son el ejemplo más importante de la pintura prehispánica conocida en nuestros días. Ni los de Monte Albán, ni los de Chichén Itza pueden compararse a la madurez técnica y formal de estas pinturas de Bonampak.
No me importó lo difícil que fue acceder por mi propia cuenta a estos lugares. Me sentí satisfecha de conocer esta maravilla artística precolombina, tanto como de haber conocido por fin a los lacandones, apropiándome, así, de una visión más vasta de mi Chiapas y de toda su riqueza y diversidad.  
Hace poco, dos años después de ese viaje, encontré a un hombre lacandón vendiendo pulseras en San Cristóbal, me acerqué para hablar con él y comprarle una, casualmente conocía a Heidi, me dijo que ya estaba casada. Me impresionó cuando confirmé que hablábamos de la misma niña. Entonces me di cuenta, así como el día que conocí Bonampak, que Heidi y yo éramos de un mismo Chiapas, pero de dos realidades diferentes.


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