11/11/2011
Autor: Ana Lucía Ruiz Bermúdez
Últimamente me he dado a la tarea de leer los diálogos
que Osvaldo Ferrari hace con el maestro
Jorge Luís Borges. Antes de eso, cuando
era más joven y sin saber nada de literatura leí varios cuentos de Borges,
algunos de los que se encuentran dentro de El
Aleph y Ficciones. Pensaba en
Borges como un mago o como un hombre místico. Recuerdo por ejemplo cuando leí Ruinas circulares, al terminar el cuento
me sentí impresionada, al enterarme que aquel mago del cuento, un hombre que se
sentía un ser tan real como cualquier otra persona se siente, comprendió al ver
que sus carnes no se quemaban con el fuego, que él también era una apariencia
tal como los sueños y las apariencias que él mismo había tenido y había
construido. Ese cuento removió en mí una idea que ya existía pero que estaba
escondida: La idea de que tal vez yo también sea una apariencia, o un sueño.
Nunca supe y nunca sabré como llegué a este mundo. Simplemente aparecí aquí y
empecé a caminar y a construirme una vida.
Tal vez todos los humanos alguna vez han tenido esa misma
sensación de incertidumbre y duda, una duda resignada a que no haya manera de
responderse. Me sentía encantada por este cuento, tenía en mi cuerpo la
sensación de lo maravilloso, la sensación de que acaba de descubrir una verdad que
había estado escondida. Pero después aprendí un poco de literatura y me enteré
de que los escritores utilizan artilugios y mañas –por así decirlo- para jugar
con las palabras y con el sentido cultural que tenemos de la realidad. Esto era
lo que había hecho Borges con este cuento y con muchos otros. En realidad ese
cuento no me había dicho explícitamente ninguna verdad, ni siquiera eran hechos
posibles, pero de lo que si estaba segura era de que sí era cierto, lo que dice
el cuento es cierto, por lo menos en una realidad ficticia. Pero la semiótica
me seguía insistiendo, explicándome que la sensación que yo había sentido con
ese cuento era una reacción psicosomática.
De hecho así es, pero no por eso he dejado de pensar que en la
literatura hay cierta divinidad. Las formas y técnicas que se utilizan en la
literatura abren las puertas a un
entendimiento que está más allá de las palabras y del sentido razonable. Es por
eso que admiro a Borges, porque es un maestro de la ingeniería literaria y sabe
cómo construir esas puertas que se abren hacía un entendimiento cósmico. Quizás
Borges nunca lo pensó así, tal vez ni siquiera le interesara que los demás lo
leyeran, en una de las conversaciones con Osvaldo Ferrari dice que nunca piensa
en el lector, salvo en el sentido de
tratar de escribir de un modo comprensible. Pero seguramente necesitaba
escribir para sacar a sus demonios. Además, ¿quién podría negar con seguridad
que ese mago de Ruinas circulares, es
la auto-representación existencial del mismo Borges? Borges explica la literatura y la literatura explica a Borges.
También está ese otro cuento que se llama La escritura del dios, donde el
protagonista también es un mago, un soñador, un imaginador, tal como Borges.
Entonces, a partir de los diálogos de Osvaldo Ferrari y
Borges intentaré justificar lo que he
dicho anteriormente, acerca de que el mago de Ruinas circulares y el de La
escritura del dios son auto-representaciones de Borges.
Primero, hay una parte en la conversación con Ferrari en
la que Borges dice:
Es decir que yo paso
buena parte de mi tiempo solo, y tengo que probarlo con proyectos, con
fantasmas, podemos decir, salvo que suena un poco terrorífico, impresionante,
¿no?, además, no me siento perseguido por ellos, son gratos fantasmas.
Al igual que los fantasmas que el mismo Borges admite que
tiene, el mago de Ruinas circulares también crea un fantasma, un fantasma que
impondrá a la realidad, pero al cual debe darle el olvido, para que no se de
cuenta de que es un fantasma.
Antes (para que no
supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los
otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje
Borges nos dice en estas conversaciones: La realidad es más rara que la ficción. Nos da entender algo como que la naturaleza
es una ficción de dios, y lo demás es una ficción del hombre. Y aunque Borges
no lo diga, sospecho que así como el mago impone a su fantasma a la “realidad”,
Borges también es un mago, un mago para la literatura, lo cual no es poca cosa.
De hecho a lo largo de la historia de nuestra civilización, y es posible que
también de otras, los magos de la literatura nos han ayudado a construir
nuestra ficción, o sea, nuestra realidad. Los libros modifican el mundo, por
ejemplo la Biblia.
Así es que el mago de Ruinas circulares sueña a un
fantasma-hombre:
Quería soñar un
hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad.
Comprendió que el
empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los
sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los
enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda
de arena o que amonedar el viento sin cara.
Lo soñó activo,
caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra
de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante
catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia.
Empezó soñándolo, claro está, ¿y no es así como se
inician todas las creaciones y todos los logros? Hay quienes dicen que los
sueños nos revitalizan, porque nos llevan a una instancia cósmica. A partir de
los sueños nos llegan las ideas, descubrimientos e inspiraciones. Es decir que
la inspiración nos es otorgada. Tal como a los sueños, la inspiración no se
puede elegir y es mejor mientras menos se le interviene. Para Borges la inspiración es eso, Todo escritor siente que él recibe. Es
decir, no puede dar si no ha recibido. Y el escribir es como soñar, tal
como el mago sueña a su creación, a su hijo, al hombre. Borges dice en el
dialogo 1 de su conversación con Ferrari:
Es que conviene
intervenir lo menos posible en su obra. Sobre todo conviene que mis opiniones
no intervengan. Es decir, bueno, escribir es un modo de soñar, y uno tiene que
tratar de soñar sinceramente. Uno sabe que todo es falso, pero, sin embargo, es
cierto para uno. Es decir, cuando yo escribo estoy soñando, sé que estoy
soñando, pero trato de soñar sinceramente.
Las ficciones humanas crean nuestra realidad, pero las
realidades no son siempre las mismas, se rompen para que surjan otras con
apariencia de orden. Somos sujetos de la duda, y por lo tanto sujetos de la
falta, es así como Borges nos aborda, removiendo nuestras dudas, sacándolas de
lo común. Es así como las embellece, dándoles un giro que hace deslumbrar
nuestros sentidos.
Borges fue una
persona sencilla que simplemente se dejaba ser, dejaba que la inspiración
cósmica lo interviniera, obviamente que sus obras no le cayeron del cielo
hechas y ordenadas desde un principio. Borges fue un devorador de bibliotecas,
un estudioso de la cultura, un incansable conocedor del mundo y de las ideas.
No fue fácil incluso para él que lo traía en la sangre.
Al principio, los
sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. (Extracto
de Ruinas circulares)
Por eso
Borges es una inspiración, en su vida nunca se cansó de aprender, la ceguera y
la vejez no derrotaron su motivación. Su sensibilidad y curiosidad fueron
inagotables. No menciono su inteligencia porque a veces ella es un obstáculo,
no permite entender los objetos que no se pueden decir con palabras. Estamos limitados por el lenguaje así como
estamos limitados por el cuerpo, la literatura es diferente, y hay que
escribirla y leerla con sensibilidad, con algo más allá de la razón, con
misticismo si es posible, al fin y al cabo:
Bueno, pero y por qué
no ser místico; en todo caso creo que es inofensivo ser místico. (Borges,
dialogo 1)
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