Hay tres
niños que desde la mañana están en el hotel colgándose de los lazos de acrobacia
sin éxito, juegan futbol todo el día, se lanzan uno a otro el balón, mientras
yo leo en mi silla de playa frente al mar y la pelota pasa rayándome las
narices.
- Bolita
por favor – me gritan cada dos minutos, no me dejan leer. Se toman el juego con mucha seriedad, sobretodo
el más pequeño, y antes del atardecer
invitan a algún turista
– ¡señor, señor! ¿quiere jugar futbol?
– ¡señor, señor! ¿quiere jugar futbol?
Los adultos
también disfrutan de la playa, se vuelven niños jugando con las olas o practicando
el nudismo. Frente al mar está la pareja inglesa que venimos encontrando desde
hace días por todos lados, están haciendo ula-ula con luces, siempre tienen un
as bajo las mangas para llamar la atención.
Pasa una
señora vendiendo tacos dorados de papa y pescado, -20 pesos la orden-
le compro
una. Al acabar mis tacos llega un perro vagabundo, ese tipo de perros que
parecen tan sabios... tan libres. Se sentó en la arena al lado de mí, no me
pidió comida, sólo me acompañó por dos minutos, no más, caminó al tronco que
estaba enfrente, donde antes reposaban la cabeza los ingleses, olió el tronco y
lo orinó. Desde ahí vio una marca de agua que dejó una ola en la arena y se le
ocurrió jugar a un juego: acostarse en la arena cuando el mar se alejara y huír
cuando el agua regresara a su límite. Así lo hace un par de veces hasta descubrir
que el mar no se cansa.
No, las
olas nunca cesan, imparables como el sol que no falta a su rutina, como hoy que comienza a
bajar completamente detrás de la roca blanca y de las montañas flotantes de
Zipolite. Las nubes cercanas al astro se iluminan de rosado mientras que el lado
opuesto se oscurece casi por completo, el mar que antes tenía un color azul
marino se ve grisáceo y las puntas de las olas se salpican de tintes rosas. Poco
después las nubes antes rosáceas se tornan rojas casi como si sangraran. Se
entremezclan con nubes color violeta y nubes morado oscuro al costado. Tienen formas
de elefante con trompas levantadas, figuran a una manada.
El día
termina oficialmente cuando aparece la primera estrella de la noche y los acróbatas
que hacen actos en el hotel Satiba se preparan para su escena de hoy, todo el
pueblo de Zipolite está invitado, entonces los vecinos ponen música reggae que se
mezcla con el ruido de las olas ahora invisibles, que no paran.
El color
rojo es sustituido por un amarillo opaco y las montañas flotantes que acompañan
la roca blanca ahora parecen sombras gigantes que resguardan la playa.
Ya no hay
nadie en el mar.
Ana
Lucía Ruiz Bermúdez
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